Dos de las principales características del crecimiento económico chileno son la alta concentración de la riqueza y la extremadamente inequitativa distribución del ingreso. El rápido crecimiento, además, produce impactos ambientales y sociales, mal llamados “externalidades”, que recaen desproporcionadamente sobre la población más pobre. La contaminación y pérdida de paisajes, los basurales y desechos industriales, es decir los “males” que produce el sistema productivo, recaen mayormente en las comunidades más vulnerables. De esta manera, el modelo económico chileno, distribuye inequitativamente los “bienes” e injustamente los“males”.
Esta injusta distribución también se expresa territorialmente. La base de la economía chilena es la exportación de recursos naturales, cuya producción ocurre en las regiones, pero los beneficios se concentran en Santiago o se van a las arcas de las transnacionales.
La Región Metropolitana de Santiago (RMS) constituye el centro del poder político, económico y social del país. Concentra más del 40 por ciento de la población y el 50 por ciento del Producto Interno Bruto, pero produce solo el 12 por ciento de las exportaciones. A su vez, produce el 60 por ciento de la basura y concentra el 50 por ciento de los vehículos. Esta situación es insustentable, pues la capacidad de carga de la cuenca de la RMS está sobrepasada, declarándose saturada de material particulado, monóxido de carbono y ozono; y latente para dióxido de nitrógeno. Pero Santiago continúa creciendo con la inmigración anual de alrededor de 200 mil personas. Para el 2025 se proyecta un aumento de la población de 30 por ciento y un sustantivo incremento de la actividad económica, que necesariamente demandará más electricidad.
El año 2004, Santiago consumió del orden de 15.000 gigawatts/ hora (GW/h) de energía eléctrica, aproximadamente el 30 por ciento del consumo nacional, o el 40 por ciento del consumo en el Sistema Interconectado Central (SIC). Sin embargo, la RMS solo produce 4.130 GW/h al año, lo que constituye un déficit de más de 10.000 GW/h abastecido por las demás regiones. De continuar el crecimiento de la demanda energética de Santiago, las regiones deberán abastecerla con más energía eléctrica, pues no existe capacidad de producción en la capital y sus alrededores. He ahí la razón de fondo para los proyectos hidroeléctricos en Aysén.
En la práctica estos proyectos en la Patagonia chilena constituirían un subsidio al crecimiento insustentable de la capital. El intercambio es simple: como la cuenca de la RMS se encuentra saturada, Aysén proveería de energía barata y no contaminante directamente a Santiago, mientras que Santiago “exportaría” el impacto ambiental de su consumo energético a Aysén.
Para abastecer a la RMS, los ciudadanos de Aysén, sin recibir nada a cambio, tendrían que aceptar la destrucción irreversible de ecosistemas únicos, y que se sepulte la visionaria estrategia concebida por los propios ayseninos: basar su desarrollo en su condición de “Reserva de Vida”.
Se pretende así profundizar la injusta lógica distributiva del modelo económico chileno y el centralismo, y avalar un proyecto energético de enorme costo ambiental para la Patagonia con el objetivo de sostener la economía de la Región Metropolitana y de garantizar pingües utilidades privadas. ¿A quién le vale la pena?
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