aunque a ratos con un estilo magazinesco, aunque no diciendo TODO lo que yo quisiera,
este artículo muestra condicionantes reales a lo que sucede en un conflicto de esta especie ....
es interesante leerlo, Claudio
El último hombre de Río Pascua
Sábado 4 de febrero de 2011
En un punto minúsculo y distante de la Patagonia vive Hernán Guelet. A 400 metros de su casa estará el muro que contendrá la represa del río Pascua, del proyecto HidroAysén. El valor de su tierra es incalculable. Sin su venia, no hay represas, dicen. Por eso, todos lo quieren para su bando, los que están a favor y los que están en contra. Le ofrecen dinero, le construyen caminos, le mandan cartas. Pero él no se decide.
Texto y Fotos: Roberto Farías
Texto y Fotos: Roberto Farías
La clave son las galletas. Me dijeron que apra lograr hablar con Hernán Gulet, nada mejor que llevarle galletas. Su hijo Julio de 7 años. ¡Pan comido!–pienso– y emprendo el largo viaje desde Coihaique. Todo es hermoso y deslumbrante: cordilleras de hielo y nieve, ríos calipso, lagos que parecen mares, innumerables cascadas, bosques muy verdes y otros calcinados, flores estilo Jurasic Park. Pero luego de 500 km, 10 horas de conducción en ripio y un día esperando una barcaza que cruza el fiordo Mitchell, uno comprende lo que HidroAysén defiende en sus avisos en el aeropuerto Balmaceda o en Coihaique: si pones una moneda de 100 pesos en una mesa de centro estándar, esa es la superficie que ocuparán sus cinco embalses en toda la Patagonia. ¡Nada! 0,05% del territorio desde Puerto Montt a Puerto Natales. Es una inmensidad solitaria, terrible y precaria.
No hay ningún negocio en muchos kilómetros. ¡Y no compré galletas! Pasan horas sin que cruce un vehículo en contra. En los caseríos solo hay víveres básicos. Pan amasado. Mate. La carretera austral es una débil vena por la que palpita apenas la vida en ese cuerpo inmensamente vacío. Un almacenero se abanica oyendo chamamé en una radio argentina con TVN sin audio, el único canal que llega a la carretera austral. –Galletas no tengo nada, ché. Sigo. En el borde del camino no hay nada. Selva, monte, cordillera.
Mugen vacas salvajes. La carretera es el centro de todo. Es la llamada “franja humana” que cruza a lo largo la Patagonia chilena. Ahí se concentra 99% de la actividad: el turismo, el comercio, los pequeños pueblos, la ganadería, la vida. Las 5 represas que HidroAysén quiere construir –especialmente las dos del Baker– y el tendido eléctrico con sus 1500 inmensas torres de 80 metros, correrán justo por ahí, en medio de la franja humana. Inundarán 6 campings, una veintena de predios productivos y 31 familias serán desplazadas. Alterarán algo así como 30% de la franja humana de la carretera austral, de ahí la queja. –¿Por qué no se traslada esa gente a la orilla de los nuevos embalses?, pregunto. –Así seguirían el turismo, los campings, los predios. En HidroAysén responden –extraoficialmente– que el borde de los lagos no es parte del trato de relocalización.
Koke Garrido, militante antirrepresas de Cochrane, se ríe de mi ingenuidad. –Eso está vendido desde antes. Los dueños son millonarios como Luksic, Endesa, estudios de abogados e inversionistas colombianos. La Patagonia ahora tiene fines de lucro. Freno en la carretera junto a un par de mochileros cubiertos de polvo y sol. –¿Tienen galletas? –Eh, parece que no –responde uno–, atún quizás… –No me sirve, chao. Y acelero despiadado.
Dinero, dinero, dinero
Hace seis años, la temperatura máxima del verano en Aisén eran 20 grados; hoy llega a 31. Antes de partir a buscar a Guelet, justo el día de más calor del año, busco las oficinas de Patagonia Sin Represas en Coihaique. Hace dos años estaban en pleno centro, en una construcción de madera con ventanales; ahora cuesta encontrarlas: la sede se trasladó a una casa de oficinas compartidas en una calle estrecha. Peter Hartmann, el hippy líder visible de la organización, suda con el intenso calor, pero quizás más al sacar las cuentas. –Este año tenemos un tercio de lo que recibíamos hace 2 años– admite amargamente.
A su espalda hay dos frascos con aguas del río Baker y el Pascua. Parecen tibios, rancios. No se divisa ningún refrigerador. Aire acondicionado para qué decir. Entidades como International Rivers, Greenpeace y Tides Foundation han mermado sus aportes por la crisis europea. Hasta Douglas Tompkins con su Fundación Pumalín y las cercanas Deep Ecology Foundation y Conservation Land Trust bajaron su aporte, quizás por cansancio también: la pelea lleva 6 años y ni luces de ser ganada. –En contraste, HidroAysén –apoyada por capitales italianos, españoles y los chilenos de la familia Matte, dueña de Colbún– viene a ser la segunda empresa más grande de Chile, después de Codelco –dice Hartmann– ¡Es difícil plantarse en la orilla opuesta de semejante poder económico! Todo lo compran, y nosotros, en cambio, solo ofrecemos buenas intenciones.
Los estudios de abogados de Coihaique se duplicaron, igual que las oficinas transnacionales de corretaje. Toda la tierra está en venta. Según el diario local, el precio por hectárea se triplicó en 6 años y en las áreas de interés para la represa se multiplicó por 10. Millonarios como Luksic y Ergas compiten por comprar. –¡Que calor ah…! –dice Hartmann abanicándose– ¡esto es por el cambio climático, y así quieren destruir el sistema hídrico! En Coihaique la cesantía es casi cercana a cero.
Se ven más camionetas, más vuelos, más villas de casas nórdicas que hace seis años. La construcción no da abasto y las pensiones están llenas de trabajadores. Volvieron las salmoneras y el casino Dreams, en pleno centro, es el nuevo símbolo de este despilfarro. Pero tras la pujanza hay signos de división: abundan los carteles de HidroAysén y sobre ellos los grafitis ¡Patagonia rebelde! Todos en la región son pro o antirrepresas, todos tienen una opinión bajo sus boinas gauchas. En las oficinas de HidroAysén me recomiendan que vea las mejoras que le han hecho a Hernán Guelet: le construyeron un camino hace unos años, un puente hace un mes, paneles solares. En Patagonia sin represas me piden que le lleve una carta. Parto. El auto rueda por el ripio solitario.
Casi a medianoche de ese largo viaje, llego por fin a la mitad del camino: Cochrane, donde Douglas Tompkins está construyendo mansiones ecológicas de un millón de dólares en la ex hacienda Chacabuco, que compró para preservación. Intento contactar a Hernán Guelet por la transpatagonia, la frecuencia UHF que proveen los municipios y por la que se comunican los habitantes de los sectores aislados. –Atento Río Pascua. Atento Río Pascua –repite la operadora. Nadie responde. Guelet es el último habitante del remoto río Pascua. –¿A lo mejor ya vendió el terreno y se fue? –bromeo. La risa de la operadora más parece un gruñido.
Ella se confiesa prorrepresas y se refiere a Pinochet como “mi general”, al igual que muchos habitantes de la carretera austral, abierta, en gran parte, por conscriptos durante la dictadura. Veinte de ellos quedaron ahí, en animitas, y algunas familias hablan de demandar al Estado por “trabajos forzados”. –¿Si tuviera galletas, me las vendería?, pregunto a la operadora. Otro gruñido.
¿Qué hago?, ¿Qué me aconseja?
–¿Me trajiste galletas? dice Julio Guelet y sale a recibirme con los brazos abiertos. –Le traigo esta carta –le digo a Hernán Guelet (66). La abre con expresión desconfiada y veo que ya intuye por dónde va el asunto. Es una propuesta de Patagonia sin Represas, para que adscriba a una red de turismo rural y ponga un cartel.
Antes, él tenía que remar una semana contra la corriente para llegar a su casa desde Caleta Tortel. Durante 50 años estuvo aislado, talando madera y sacándola río abajo. No le importaba a nadie. Pero desde hace seis, es muy visitado. –La primera vez vino un helicóptero, dio varias vueltas y aterrizó acá en la orilla. Los que venían en él acamparon unos días, pescaron y, como quien no quiere la cosa, de repente el hombre, que era gerente del Banco de Chile, ofreció comprarme el terreno. “Véndamelo, qué saca con vivir aquí tan solo, tan lejos”. Decía. –Nosotros ni imaginábamos todavía lo de HidroAysén. ¡Y él fue tan, pero tan insistente! –dice Guelet, un hombre paciente y observador como buen comerciante.
Empezó a sospechar. “Véndame aunque sea diez hectáreas”, decía este señor. “¿Y cuáles?” preguntó Guelet por si las moscas. “Esas”, dijo el gerente cuyo nombre reservó y apuntó hacia la garganta del río Pascua, justo donde HidroAysén instalará la represa. –Lo amenacé con el azadón para que se fuera. Desde entonces decenas de abogados, corredores de tierras, gerentes y representantes de millonarios, llegan por tierra, aire y río a ofrecerle dinero por sus 2.000 hectáreas que quedarán bajo la represa y que deben ser desocupadas antes de construirla. Todos quieren intermediar o sacarle una tajada a HidroAysén.
–Yo los escucho. Sé que quieren aprovecharse de mí. Pero él es de la idea de negociar personalmente con Goliat. Los de HidroAysén lo visitan una vez al mes. Hasta lo llevaron a ver un campo de 900 hectáreas (tasado en $ 1.000.000.000) y él dijo que no. Que su bosque de cipreses valía eso y más. Todos quieren saber la cifra, que diga cuánto es lo que quiere por sus 2.000 hectáreas. Pero él no afloja. Otras veces –cuenta– lo amenazan que lo van a expropiar sin pagarle un peso, que esas cosas pasan, que los abogados, que la ley.
Luego le llevan herramientas, regalos, paneles solares, tv satelital, lentes para su segunda mujer, la madre de Julio. Los Patagonia sin Represas –por su parte– dado lo caro del viaje, lo visitan solo una vez al año, pero le envían cartas y mensajes por radio. Le piden que no venda, que no ceda, que cuentan con él. Una vez lo vieron con una gorra de HidroAysén en Cochrane que él se puso sin reparar en el logotipo, y casi la mitad del pueblo le quitó el saludo. Le gritaban ¡vendido!, ¡conchetumadre! –Duró meses el pelambre. Guelet es pícaro y comerciante, no da puntada sin hilo. Sin embargo, de pronto se asemeja al frágil anciano de la película UP!, tan presionado por las inmobiliarias que colocó un montón de globos a su casa y se la llevó volando. –¿Qué hago? –me dice de pronto– ¿Qué me aconseja usted? Imagino su solitaria casa del Pascua volando por los aires y todo el mundo gritándole: “¡Se lo dijimos Guelet, se lo dijimos!”. Navegamos contra la corriente, río arriba. Han sido dos días y muchos kilómetros para llegar a este momento sublime.
Sobre el ruido del motor, Guelet grita: ¡Acá va a estar el muroooo! Los remolinos del séptimo río más caudaloso de Chile nos desvían a su antojo. Los cerros vírgenes se estrechan como paredes y se elevan hasta 80 metros de altura. Desde ahí hacia arriba, el ancho y grueso caudal que baja de Campos de Hielo Sur queda encajonado en una garganta oscura y tenebrosa donde HidroAysén construirá tres represas que lo trastocarán para siempre. –¡Hasta aquí llegamos! –grita Guelet sobre el motor en marcha. Saca un tarrito y toma un sorbo del agua calipso del Pascua. –¡Me hace bieeeen –grita–, me mantiene sanoooo! Es imposible que Guelet pueda vivir ahí, abajo de miles de millones delitrosdeaguacontenidos sobresucabeza. Tienequeirseolosacarán, todo depende de su precio.Yenla Patagonia, ahora, todo tiene precio. Enfila el bote de regreso, río abajo, a favor de la corriente. Parece tan simple dejarse llevar. Al llegar a la casa, Julio, su hijo, camina por la ribera junto al bote. Todo en él es paz, esperanza, sol y gotas de agua que le mojan la cara. Y siento no haber traído galletas.
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